Bernardo Cartes, el obispo que quiere erradicar las fondas“Capaz que ahora me digan el Bonvallet evangélico” Domingo 17 de septiembre de 2006
Foto: CRISTIÁN LARRAÍN .
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Foto: ÁLVARO DURÁN .
Bernardo Cartes asegura que nunca ha tenido una copa de licor en sus manos.
B ernardo Cartes abre la puerta de la oficina que le corresponde al obispo de la Iglesia Metodista Pentecostal de Chile, saluda con una amabilidad conmovedora, se sienta en su impecable escritorio y muestra la nota sobre el Te Deum evangélico publicada por “Las Últimas Noticias” subrayada con un destacador naranjo. El artículo se titula “No hay salud: obispo pidió a Bachelet acabar con las fondas”. El aludido es él, ciertamente, el mismo que en su prédica se refirió a las ramadas como un centro de embriaguez sin límites. Por eso, luego de tan flamante aparición mediática, está ansioso por explayarse. “Le agradezco la oportunidad porque lo que dice aquí está muy malinterpretado”, se lanza sin perder una sola nota de cordialidad.
-Voy a poner la grabadora, ¿le parece?
-No, espere. Lo que pasa es que yo cuando me referí a las fondas no pedí nada.
-Ah, pero voy a poner la grabadora. Yo quiero hablar de eso, precisamente.
-Ah, perfecto. Yo no pedí nada, aclárelo, por favor.
-¿Qué planteó?
-Un sueño: “sueño que un día no tengamos que hacer fondas ni ramadas y que celebremos con más dignidad el Dieciocho por todo el problema social que conlleva”. Mire, yo soy chillanejo y me acuerdo que en Chillán se destinaban casi diez cuadras a ramadas. Al principio era todo agradable, con la inauguración y todo eso.
-¿Sólo al principio?
-Claro, al segundo o tercer día, no me diga nada, era un drama: toda una población tenía que salir de sus casas porque nadie controlaba que el aparatito ese de la música estuviera sonando hasta las cuatro o cinco de la mañana, con canciones que no son chilenas, dicho sea de paso, aunque ese es un detalle. “La ramadita, por favor, sáquela a los lugares más alejados”, le piden ahora al alcalde.
-Entonces espera que alguna vez nunca más se haga una ramada.
-Ojalá se terminen las fondas. Por último, que sean más reguladas. Y para qué hablar del problema sanitario. Resulta que hay vecindarios que son ofendidos sencillamente porque el curadito quiere hacer sus necesidades y parte para donde le tocó, nomás. Al final, la gente llega donde uno a contar que en la fonda le robaron, que esto, que lo otro, qué sé yo; que cayó el hijo preso y todo el drama social, policial y judicial que se genera.
-¿No le parece exagerado?
-A lo mejor puede ser un poquito demasiado desde la perspectiva de quienes no son evangélicos y lo entendemos. Por favor: esa es mi visión, nada más. Aquí dice en su diario que el obispo Cartes “no tuvo eco en su solicitud”. No es así. Yo planteé una inquietud, tan simple como el anhelo de los isleños de Chiloé que siguen diciéndose “quizás, alguna vez, tengamos el puente”.
-Cuando fue al Te Deum, ¿le comentó a alguien que iba a contar este sueño?
-No, no, no. Además, ya lo había planteado en algunas comunas. Recuerdo que una vez, desde abajo, el señor alcalde me gritó“¡obispo, por favor, ayúdeme a redactar el decreto para prohibir estas fondas!”.
-¡Qué alcalde fue ese!
-Fue en Cauquenes. Y le confieso que los generales de carabineros me dijeron “obispo, gracias, ojalá alguna vez sea cierto, porque nos tienen hasta no sé dónde cada Dieciocho”.
-¿No me diga?
-En fin, quizás la cosa vaya por educar a la gente, ¿cierto?
-¿Nadie le dijo después del Te Deum “cómo se te ocurre decir eso”?
-Yo diría que todos se sintieron sorprendidos porque fue una cosa bien… un poquito… dijéramos… hasta pueden pensar que está fuera de lógica, pero por lo menos los policías se fueron felices.
-Mucha gente va a las fondas a comer, bailar, tomar algo, pasarlo bien y no se cura.
-Pero, mire: ¿cuántas personas tenemos en Santiago?, ¿seis millones de habitantes?
-Claro, más o menos.
-¿Irán apenas sesenta mil a las fondas?
-Sinceramente, desconozco esa estadística, pero…
-Yo creo que nunca va a haber una estadística. Sin embargo, imagine que por un motivo equis no hubiera ramadas. ¿Qué pasaría? ¿Acaso ya no sería Dieciocho? Por favor. Por último que el alcalde que no quiera hacer ramadas, que no las haga y punto.
-Pero, ¿sabe qué?, la mayoría quiere ir a las fondas.
-Sí, sí, lo entiendo, perfecto. Por eso, le insisto, es tan simple como un sueño, nada más. Usted es santiaguino, por lo visto.
-¿Usted no quiere las ramadas por un problema práctico o por su religiosidad?
-Mire, nos parece de lo más absurdo que sólo ahora uno vaya a un supermercado y escuche una tonada o una cueca. Yo admiro a los mexicanos, que disfrutan su música todo el año. Nosotros un mes y se acabó.
-Podríamos tener fondas todo el año, entonces.
-Tanto como eso, no, pero hemos descuidados nuestras raíces, nuestra idiosincrasia. Acá se nos perdieron los Cuatro Huasos, Los Perlas y otros.
-Pero, dígame: ¿qué es lo que tienen contra las fondas más allá de la molestia de los vecinos y alcaldes ?
-Que las fondas en muchos casos son más bien un foco de perdición que de esparcimiento.
-En ese artículo que tiene en sus manos, Tomás Moulián dice que sus palabras revelan “una vida centrada en el dolor”.
-Mire, que las fiestas son necesarias, totalmente de acuerdo; que esto produce alegría, me parece correcto. Pero hay que buscar que no produzcan crímenes y accidentes de tránsito por culpa del alcohol. Además, los evangélicos nos consideramos un pueblo feliz.
-¿Ha estado en una fonda?
-Porque era fotógrafo y tenía que ir a las inauguraciones y cosas así. Era mi trabajo, mi oficio.
-¿Nunca lo pasó bien?
-Nunca he bailado, nunca he tenido una copa de licor en mis manos, nunca he fumado.
-¿Ni siquiera cuando más joven?
-No, no, no. Toda la vida en esta fe.
-Es de familia, entonces.
-Sí.
-Sus padres ya eran evangélicos.
-Exacto. Toda la vida en esta fe.
-Algo de curiosidad le debe haber dado una copa de vino.
-No. Por eso cuando aparecen leyes como la del tabaco, miramos de la vereda del frente tranquilamente.
-Y nunca ha bailado.
-Jamás.
-¿Y cuál es el problema con el baile?
-¡Tenemos nuestra forma de vida, nomás! Son otras las cosas que nos alegran y somos felices. Quisiéramos que todos lo fueran como nosotros, aunque, lógico, es imposible.
-Pero el baile es una manera de…
-Es como la danza, que la tuvo Israel, la tuvo todo el mundo y esta bien, no lo condenamos.
-¿Y qué hace para el Dieciocho?
-Vida de familia. Como evangélicos, en muchas partes de Chile, desfilamos por las principales calles de nuestros pueblos, después hacemos un culto especial y el 19 lo dedicamos a la familia, con el asado y qué se yo, compartimos.
-Ah… pero hacen un asado.
-¡Sííí! Nos juntamos tres o cuatro familias y nos vamos de paseo a la playa. En Cauquenes, por ejemplo, donde tengo mi casa, es muy común eso. Salimos, los muchachos se pegan su pichanga y lo pasamos estupendo.
-Sin pie de cueca, eso sí.
-Sin pie de cueca. Y, lógicamente, sin licor. Y que lo pasamos bien, ¡por favor!, somos alegres como pocos.
-¿No me diga?
-Claro. Es muy espontánea nuestra gente. Falta que nos conozcan un poquito más. Si alguien va a una fiesta de los evangélicos, se va a reír para el mundo. Hasta nos reímos de nosotros mismos, de las cosas cotidianas que nos pasan en el ejercicio de nuestras tareas.
-¿Qué cree que pensó la gente cuando lo escuchó en el Te Deum?
-Que éste es loco. Pero creo que más de alguien ha dicho “algo de razón tiene este caballero”.
-¿Usted siempre dice las cosas de manera directa y sorpresiva? En una reunión con la presidenta Bachelet lo primero que le dijo fue “libérenos de los impuestos de construcción de templos”.
-Así fue, tal cual. Mire, capaz que ahora me digan el Bonvallet evangélico, pero es el tiempo, señor periodista, de que alguien plantee algunas cosas en forma concreta.
“Las fondas en muchos casos son más bien
un foco de perdición que de esparcimiento”.
“Hay vecindarios que son ofendidos sencillamente porque
el curadito quiere hacer sus necesidades”
Foto: CRISTIÁN LARRAÍN .
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Foto: ÁLVARO DURÁN .
Bernardo Cartes asegura que nunca ha tenido una copa de licor en sus manos.
B ernardo Cartes abre la puerta de la oficina que le corresponde al obispo de la Iglesia Metodista Pentecostal de Chile, saluda con una amabilidad conmovedora, se sienta en su impecable escritorio y muestra la nota sobre el Te Deum evangélico publicada por “Las Últimas Noticias” subrayada con un destacador naranjo. El artículo se titula “No hay salud: obispo pidió a Bachelet acabar con las fondas”. El aludido es él, ciertamente, el mismo que en su prédica se refirió a las ramadas como un centro de embriaguez sin límites. Por eso, luego de tan flamante aparición mediática, está ansioso por explayarse. “Le agradezco la oportunidad porque lo que dice aquí está muy malinterpretado”, se lanza sin perder una sola nota de cordialidad.
-Voy a poner la grabadora, ¿le parece?
-No, espere. Lo que pasa es que yo cuando me referí a las fondas no pedí nada.
-Ah, pero voy a poner la grabadora. Yo quiero hablar de eso, precisamente.
-Ah, perfecto. Yo no pedí nada, aclárelo, por favor.
-¿Qué planteó?
-Un sueño: “sueño que un día no tengamos que hacer fondas ni ramadas y que celebremos con más dignidad el Dieciocho por todo el problema social que conlleva”. Mire, yo soy chillanejo y me acuerdo que en Chillán se destinaban casi diez cuadras a ramadas. Al principio era todo agradable, con la inauguración y todo eso.
-¿Sólo al principio?
-Claro, al segundo o tercer día, no me diga nada, era un drama: toda una población tenía que salir de sus casas porque nadie controlaba que el aparatito ese de la música estuviera sonando hasta las cuatro o cinco de la mañana, con canciones que no son chilenas, dicho sea de paso, aunque ese es un detalle. “La ramadita, por favor, sáquela a los lugares más alejados”, le piden ahora al alcalde.
-Entonces espera que alguna vez nunca más se haga una ramada.
-Ojalá se terminen las fondas. Por último, que sean más reguladas. Y para qué hablar del problema sanitario. Resulta que hay vecindarios que son ofendidos sencillamente porque el curadito quiere hacer sus necesidades y parte para donde le tocó, nomás. Al final, la gente llega donde uno a contar que en la fonda le robaron, que esto, que lo otro, qué sé yo; que cayó el hijo preso y todo el drama social, policial y judicial que se genera.
-¿No le parece exagerado?
-A lo mejor puede ser un poquito demasiado desde la perspectiva de quienes no son evangélicos y lo entendemos. Por favor: esa es mi visión, nada más. Aquí dice en su diario que el obispo Cartes “no tuvo eco en su solicitud”. No es así. Yo planteé una inquietud, tan simple como el anhelo de los isleños de Chiloé que siguen diciéndose “quizás, alguna vez, tengamos el puente”.
-Cuando fue al Te Deum, ¿le comentó a alguien que iba a contar este sueño?
-No, no, no. Además, ya lo había planteado en algunas comunas. Recuerdo que una vez, desde abajo, el señor alcalde me gritó“¡obispo, por favor, ayúdeme a redactar el decreto para prohibir estas fondas!”.
-¡Qué alcalde fue ese!
-Fue en Cauquenes. Y le confieso que los generales de carabineros me dijeron “obispo, gracias, ojalá alguna vez sea cierto, porque nos tienen hasta no sé dónde cada Dieciocho”.
-¿No me diga?
-En fin, quizás la cosa vaya por educar a la gente, ¿cierto?
-¿Nadie le dijo después del Te Deum “cómo se te ocurre decir eso”?
-Yo diría que todos se sintieron sorprendidos porque fue una cosa bien… un poquito… dijéramos… hasta pueden pensar que está fuera de lógica, pero por lo menos los policías se fueron felices.
-Mucha gente va a las fondas a comer, bailar, tomar algo, pasarlo bien y no se cura.
-Pero, mire: ¿cuántas personas tenemos en Santiago?, ¿seis millones de habitantes?
-Claro, más o menos.
-¿Irán apenas sesenta mil a las fondas?
-Sinceramente, desconozco esa estadística, pero…
-Yo creo que nunca va a haber una estadística. Sin embargo, imagine que por un motivo equis no hubiera ramadas. ¿Qué pasaría? ¿Acaso ya no sería Dieciocho? Por favor. Por último que el alcalde que no quiera hacer ramadas, que no las haga y punto.
-Pero, ¿sabe qué?, la mayoría quiere ir a las fondas.
-Sí, sí, lo entiendo, perfecto. Por eso, le insisto, es tan simple como un sueño, nada más. Usted es santiaguino, por lo visto.
-¿Usted no quiere las ramadas por un problema práctico o por su religiosidad?
-Mire, nos parece de lo más absurdo que sólo ahora uno vaya a un supermercado y escuche una tonada o una cueca. Yo admiro a los mexicanos, que disfrutan su música todo el año. Nosotros un mes y se acabó.
-Podríamos tener fondas todo el año, entonces.
-Tanto como eso, no, pero hemos descuidados nuestras raíces, nuestra idiosincrasia. Acá se nos perdieron los Cuatro Huasos, Los Perlas y otros.
-Pero, dígame: ¿qué es lo que tienen contra las fondas más allá de la molestia de los vecinos y alcaldes ?
-Que las fondas en muchos casos son más bien un foco de perdición que de esparcimiento.
-En ese artículo que tiene en sus manos, Tomás Moulián dice que sus palabras revelan “una vida centrada en el dolor”.
-Mire, que las fiestas son necesarias, totalmente de acuerdo; que esto produce alegría, me parece correcto. Pero hay que buscar que no produzcan crímenes y accidentes de tránsito por culpa del alcohol. Además, los evangélicos nos consideramos un pueblo feliz.
-¿Ha estado en una fonda?
-Porque era fotógrafo y tenía que ir a las inauguraciones y cosas así. Era mi trabajo, mi oficio.
-¿Nunca lo pasó bien?
-Nunca he bailado, nunca he tenido una copa de licor en mis manos, nunca he fumado.
-¿Ni siquiera cuando más joven?
-No, no, no. Toda la vida en esta fe.
-Es de familia, entonces.
-Sí.
-Sus padres ya eran evangélicos.
-Exacto. Toda la vida en esta fe.
-Algo de curiosidad le debe haber dado una copa de vino.
-No. Por eso cuando aparecen leyes como la del tabaco, miramos de la vereda del frente tranquilamente.
-Y nunca ha bailado.
-Jamás.
-¿Y cuál es el problema con el baile?
-¡Tenemos nuestra forma de vida, nomás! Son otras las cosas que nos alegran y somos felices. Quisiéramos que todos lo fueran como nosotros, aunque, lógico, es imposible.
-Pero el baile es una manera de…
-Es como la danza, que la tuvo Israel, la tuvo todo el mundo y esta bien, no lo condenamos.
-¿Y qué hace para el Dieciocho?
-Vida de familia. Como evangélicos, en muchas partes de Chile, desfilamos por las principales calles de nuestros pueblos, después hacemos un culto especial y el 19 lo dedicamos a la familia, con el asado y qué se yo, compartimos.
-Ah… pero hacen un asado.
-¡Sííí! Nos juntamos tres o cuatro familias y nos vamos de paseo a la playa. En Cauquenes, por ejemplo, donde tengo mi casa, es muy común eso. Salimos, los muchachos se pegan su pichanga y lo pasamos estupendo.
-Sin pie de cueca, eso sí.
-Sin pie de cueca. Y, lógicamente, sin licor. Y que lo pasamos bien, ¡por favor!, somos alegres como pocos.
-¿No me diga?
-Claro. Es muy espontánea nuestra gente. Falta que nos conozcan un poquito más. Si alguien va a una fiesta de los evangélicos, se va a reír para el mundo. Hasta nos reímos de nosotros mismos, de las cosas cotidianas que nos pasan en el ejercicio de nuestras tareas.
-¿Qué cree que pensó la gente cuando lo escuchó en el Te Deum?
-Que éste es loco. Pero creo que más de alguien ha dicho “algo de razón tiene este caballero”.
-¿Usted siempre dice las cosas de manera directa y sorpresiva? En una reunión con la presidenta Bachelet lo primero que le dijo fue “libérenos de los impuestos de construcción de templos”.
-Así fue, tal cual. Mire, capaz que ahora me digan el Bonvallet evangélico, pero es el tiempo, señor periodista, de que alguien plantee algunas cosas en forma concreta.
“Las fondas en muchos casos son más bien
un foco de perdición que de esparcimiento”.
“Hay vecindarios que son ofendidos sencillamente porque
el curadito quiere hacer sus necesidades”
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